lunes, 24 de abril de 2017

Desde aquí arriba…

                                                 

Desde aquí arriba, la mirada se pierde en el horizonte. Puedo ver cómo la naturaleza fluye a mi alrededor, cómo el sol se refleja sobre la superficie salada de la laguna, desprendiendo miles de destellos plateados. Todo es quietud, la naturaleza no sabe de prisas.

Desde aquí arriba, puedo vislumbrar mi vida. Pasado, presente y futuro, éste ayer incierto y hoy mucho más cierto.

Puedo observar mi cuerpo, antes joven y terso. Otrora maduro. Ver todas aquellas huellas que el paso del tiempo ha ido dejando y que conforman mi historia.

Puedo sentir cómo por mis venas corre la quimio, junto con la fiebre, las nauseas, los dolores y los desesperos.

Ahí abajo puedo ver cómo transcurre la vida. Cómo mis hijos juegan felices, sonrientes, completamente ajenos al desasosiego que me inunda. 

Sus risas se confunden con el murmullo del viento, con los cantos de las  aves que sobrevuelan la laguna. Junto con ellos la brisa arrastra hasta aquí, aromas de tierra y pinos. El olor del campo.


Desde aquí arriba la vida se me antoja corta, dura e intensa. Se me presenta de múltiples colores, olores y sabores por descubrir. 

Momentos cortos o largos que conforman nuestra cotidianeidad. Recuerdos que nos alimentan por dentro y nutren nuestra memoria. Instantes que nos traen felicidad y nos ayudan a tomar impulso para conformar nuestros días.

Desde aquí arriba he descubierto un lugar privilegiado, donde el tiempo y el espacio se funden, nada condiciona ya mi posición, estoy tranquila. He aprendido a mantenerme firme y viva.

La enfermedad me colocó aquí arriba y desde aquí continuaré observando.

Desde aquí arriba, la vida se me antoja puro amor, para dar y tomar.

Porque todos somos merecedores de ello.

Como final, os confieso que escribo desde abajo, porque aún, no puedo subir las escaleras.

Un beso.

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