
Mientras tanto, en el otro extremo de la ciudad algo se prepara.
Por fin ha llegado la hora de salir de casa. Nos subimos al coche camino de nuestro destino.
En quince minutos hemos llegado a ese otro extremo, en la puerta nos colocan la pulsera, !por fin estamos dentro!.
El escenario está preparado y la gente se amontona frente a él. Accedemos a la tribuna de discapacitados, me siento y desde allí, observo un mar de cabezas, todas de colores y tamaños diferentes.

Miles de personas vitorean, aplauden; porque saben que la próxima hora y media será muy especial.
Desde la atalaya en la que nos encontramos, mi silla se convierte en un lugar privilegiado. Desde allí puedo contemplarlo todo.
Y una vez más, me siento afortunada porque la vida es una consecución de sueños y hoy, en ésta noche estrellada estoy cumpliendo otro de los míos.
Cuando la música invade tus venas (aunque estén quemadas por la quimio), llega a tu ADN y cada una de tus células vibra al unísono. Simplemente es inevitable no abandonarse al compás.
Me dejo llevar, siento, vivo, canto, aplaudo.
De repente, ya no soy yo. Un torrente de energía y placer me inunda y allí sentada, con los ojos cerrados soy capaz de transportarme hasta el escenario, sobrevolando a toda aquella multitud con los brazos en alto.
El tiempo se detiene, tan solo existe la música que entra y sale, vuelve a salir y vuelta a comenzar.
¿Que si existe la felicidad?
Yo creo que sí, sólo que nunca nos enseñaron que está formada por una cadena de momentos sublimes, no es un estado perpetuo.
¿Que si existe la felicidad?
Yo creo que sí, sólo que nunca nos enseñaron que está formada por una cadena de momentos sublimes, no es un estado perpetuo.
De pequeño me enseñaron
a querer ser mayor,
de mayor voy a aprender
a ser pequeño...
Enrique Bunbury.
Paula Cruz Gutiérrez.
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