domingo, 6 de febrero de 2022

Aprender a perdonar

 -SE


Estoy en una etapa de mi vida que no me cuesta nada hablar de mi, 
hemos llegado a mitad del camino, como aquel que dice, 
y ya no hay mucho más que aprender podría decirme cualquiera; 
el tiempo de aprender ha pasado, yo ya fui a la escuela, 
y la vida ya me ha enseñado bastante.

Pero no dejo de sorprenderme a mí mismo con la ilusión de seguir aprendiendo, 
continuar variando el rumbo, porque el viento cambia 
o porque la corriente me obliga a replegar las velas.

Soy maestro, me gusta más que decir que soy profesor, aunque también, 
y en mi día a día la vida misma me sienta en el pupitre 
aquel de mi primera escuela 
para no dejar de aprender. 

Y no me gusta estar sentado, 
me gusta más aprender en pie, caminando 
como le pasa hoy a cualquier chicote, 
y sin embargo el empuje de la vida me vuelve a sentar, 
puesto que parece ser que para aprender 
hay que parar, sentarse, observar, abrir la mente y el corazón 
y dejarse empapar de la sabiduría de la vida, 
de la naturaleza misma y hasta de una enfermedad. 

El cuerpo es sabio y te dice cuando parar, 
y si no le haces caso pues te hace caer en la cuenta que vas a parar sí o sí.

Y, aunque parezca contradictorio, 
hasta de una enfermedad se puede aprender; 
aunque si soy sincero, me gustaría que no tuviera que ser así, 
y que nada ni nadie enfermaran. 

Tengo grandes maestros a mi alrededor 
que me ayudan a dar gracias, 
a pedir perdón, 
a perdonar 
y a decir miles de veces en el día: Te quiero.

Por mucho que te lo expliquen, 
y a todos nos ha pasado, 
cuando llega el momento nos sale nuestro no yo, 
que intenta disuadirnos de esta gran verdad. 
Somos uno y todos estamos unidos.

Recuerdo de mi etapa de formación en el seminario, 
en varias ocasiones vi, y en tantas otras utilicé, 
las diapositivas de EL POZO, 
donde la imagen era perfecta para explicarme. 

Todos somos como esos pozos con su brocal, 
y que al sentirnos vacíos intentamos llenar de múltiples cosas materiales, 
lo cual nos obliga a tener que llenarlo más y más, 
de infinidad de cosas, pero al mismo tiempo nos impide ser lo que un pozo tiene que ser.

Que algunos me diréis para qué sirve un pozo… 
pues hoy para bien poco, en nuestra urbanita cultura ; 
porque todos, o casi, tenemos un buen grifo en casa o varios, 
por donde tranquilamente sale el agua. 

Pero preguntádselo a los agricultores o a vuestros mayores: 
antiguamente tenían que ir desde bien pequeños 
a por agua al pozo para poder beber, cocinar o asearse. 

Y si el pozo estaba cegado, 
o había perdido la corriente de agua que lo alimentaba, 
pues eso que ya no servía y se caía a trozos. 

Pero si se mantenía limpio y sin tantos obstáculos, 
incluso a su alrededor podía verse un buen puñado de coloridas flores 
y una buena alfombra verde, sin necesidad del césped artificial que tan socorrido es. 

Claro está que todo eso necesitaba un descubrimiento, 
o aprendizaje como yo lo llamo, 
sentarse a observar para descubrir de dónde viene todo, 
cómo todos los pozos por debajo, están conectados 
y cómo el manantial no está tan lejos, 
allí en la montaña que se ve en el horizonte, 
aunque aquí todo sea llano, 
y pues bien desde allí surge el agua 
refrescante, purificadora que aclara y hacer fértil, nuestro baldío terreno.
Y alguno me dirá, si es que ha llegado hasta aquí, 
que para qué viene todo este cuento. 
Pues bien sólo eso, para dejar mi alma abierta 
de maestro y aprendiz, 
y compartir con vosotros lo que estos días aciagos, 
que me han hecho pararme, 
me ha hecho vislumbrar 
puesto que todavía me queda repasar la lección 
para interiorizar: 

Lo siento, perdón, gracias, te quiero.
@julianreligion

3 comentarios:

María Jesús dijo...

Muy buen comentario de esta nueva vida, tuya, sin compañera. Porque solo no estás. Eres muy sociable y tienes dos hijos que, por edad, entienden peor la ausencia, y mucho menos la resignación.
Sigue separando bien tus roles, ya que, eres maestro, seguramente bastante bueno, pero cuando sales del Colegio, eres padre. Sin apoyo, sin muleta, sin conversación "de mayores" en vuestra casa... Todo recuerdos, aunque estés dando menos suspiros. Dentro de menos de lo que imaginas, tendras primero al chico, y luego a la niña, iniciando ellos, contigo, conversaciones de adultos.
Estarás menos triste de lo que estas ahora, pero... se te seguirá escapando algún suspiro. Como a muchos cuando recordamos su sonrisa. Graciosa, simpática, permanente.

Julián Religión dijo...

Gracias María Jesús, me gustaría compartir lo orgulloso que estoy de mis hijos y de mí mismos. Como seguro que también lo está mamá. Aunque ya lo sabes. El corazón encogido, pero voy con la cabeza muy alta y siempre avanzando...

MARTA dijo...

Que verdad es que a todos nos queda interiorizar la lección para aprenderla. Que no nos damos cuenta de la unicidad que nos une ( valga la redundancia) y que le vida te da lecciones todos los días. Muchas veces no las queremos aprender ¡que dados somos los seres humanos a posponer las cosas!
Como bien dice la canción de Pastora Soler tenemos la mala costumbre de dejar pasar los días, de no valorar las pequeñas cosas de la vida, de no darnos cuenta de que cada nuevo amanecer y cada nuevo atardecer son de las cosas más bellas de la vida y nos las perdemos, igual que nos perdemos en divagaciones absurdas dejándonos vencer por orgullo, que no nos conduce a ningún lado.
Pero la vida cada día te da la oportunidad de seguir aprendiendo en esta gran escuela llamada vida ,e incluso a veces tenemos el valor de desnudar el alma, aunque nos desgarremos por dentro y así mostrar la vulnerabilidad que como seres humanos nos caracteriza.
Y es cuando llevamos a cabo dicho acto, cuando de repente,a nuestro alrededor empiezan a crecer esas florecillas y cuando en el devenir diario nos damos cuenta de que decir lo que sentimos, perdonarnos y perdonar, ayuda a caminar y a mirar con otros ojos el camino que tenemos por delante.
“Tenemos la mala costumbre de querer a medias
De no mostrar lo que sentimos a los que están cerca

Tenemos la mala costumbre de buscar excusas
Para no desnudar el alma y no asumir las culpas
Tenemos la mala costumbre de no apreciar lo que en verdad importa
Y sólo entonces te das cuenta de cuántas cosas hay que sobran”
Tenemos la mala costumbre de perder el tiempo
Buscando tantas metas falsas tantos falsos sueños
Tenemos la mala costumbre de no apreciar lo que en verdad importa
Y sólo entonces te das cuenta de cuántas cosas hay que sobran