Estoy de nuevo en el quirófano. Como siempre aquí abajo hace
mucho frío, permanezco tumbada y temblando en la camilla. Mientras tanto el personal de
enfermería se mueve de un lado a otro colocando los útiles necesarios para mi
intervención.
He entrado con una sonrisa, antes de bajar he visto por
casualidad a mi cuadro médico y me han deseado suerte. Me acompañan mi marido y Conchi.
Mi amiga Conchi ha bajado a acompañarme hasta dentro del
quirófano para que no me sintiera sola, después me ha sonreído y se ha marchado.
Al entrar el médico anestesista me ha peguntado cómo estoy de
nerviosa, para calcular la cantidad de sedación que debía administrarme. Yo le
he dicho que estaba tranquila. No pueden dormirme completamente porque durante
la colocación del reservorio debo colaborar con ellos cuando me lo indiquen.
La enfermera me ha colocado una manta especial, que tenía dos
huecos, uno por el que saco la cara y el otro por el que ellos trabajarán.
Por mi orificio tan sólo veo una mesa con instrumental y un
reloj colgado en la pared.
El reloj tiene forma circular, es de vidrio y su marco es de color añil. Cuando llega el cirujano marca las diez menos diez de la mañana.
Durante toda la intervención estoy pendiente del reloj, viendo cómo sus agujas avanzan despacio.
Me inyectan una anestesia local en una zona del pecho y después en otro.
La primera inyección me duele muchísimo y tengo la sensación de que la aguja gira dentro de mí.
Mientras trabajan escucho sus conversaciones, al tiempo que la auxiliar mueve constantemente
la camilla hacia un lado u otro, siguiendo las instrucciones del
cirujano.
En un momento dado, me toca colaborar a mí. Ahora contengo la
respiración, ahora inflo la tripa y hago fuerza.
El cirujano pide bisturí y me imagino cómo corta mi piel. Le
cuento que antes yo me dedicaba a restaurar libros y que el bisturí era una de
mis principales herramientas de trabajo. Entonces me responde que en ese caso,
somos casi colegas.
Comienzan a colocar el reservorio arrastrándolo entre la piel y
el músculo hasta colocarlo en el lugar más adecuado. Aunque no puedo verlo me
resulta muy desagradable.
Lo único que puedo hacer es aguantar y mirar el reloj.
Sigo tranquila, las agujas del reloj marcan las diez y veinte
de la mañana. Entonces el cirujano me dice que ya han terminado y que el
catéter ha quedado perfecto.
Le doy las gracias a todo el equipo, mientras el celador me
indica que me pase a la camilla donde va a llevarme a la sala de recuperación.
Ya en la sala colocan a mi lado, a una niña de la edad de mi hijo, viene
llorando nerviosa por la anestesia. Se llama como yo y le han asignado la
habitación donde estuve yo la última vez. Pienso que vaya casualidad.
Me dan ganas de decirle algo para consolarla, pero como no me
conoce no quiero que se asuste. Entonces entra su papá y consigue tranquilizarla.
Yo por mi parte, me dejo llevar por el sueño y me duermo.
A la salida me esperan Conchi y mi marido. Aún atolondrada nos vamos a casa.
Estoy muy dolorida y pienso que acabo de superar otra
prueba.
Tengo la sensación de estar realizando un “airon man”,
pasando prueba tras prueba. Sólo que en mi caso, no he tenido tiempo de
prepararme previamente, ni física ni psicológicamente.
Paula Cruz Gutiérrez.