sábado, 20 de junio de 2020

Tu FueRZa iNTeRioR.



En un país no muy lejano del mundo civilizado, nació Catalina. Fue la segunda de tres hermanos, que junto a sus padres componían una familia de esas que se llaman tradicionales.

En casa las normas estaban claras, se obedecía a pies juntillas lo que dictaba su madre, como buena dictadora, déspota y cruel que era. Las cosas que podían hacer los niños y las que podían llevar a cabo las niñas, estaban bien separadas por una barrera ran infranqueable como invisible. 

Nuestra niña nació algo distinta, no le gustaban el color rosa, ni los pompones ni las muñecas, pero sí el fútbol. Todo esto le ocasionó desde muy pequeña problemas con sus progenitores, que no le permitían salirse ni un ápice del guión. 

Un día cuando llegó la adolescencia y su cuerpo comenzó a desarrollarse la mente de nuestra protagonista entró en barrena. No admitía ese cuerpo femenino, pero tampoco podía escapar de él. Lo mejor era aceptar que era suyo y que gracias al rechazo que le producía había sido capaz de tomar aquella solución.

Decidió volver a decirle a sus padres lo que ya sabían, pero que no querían admitir: detrás de aquel cuerpo femenino se ocultaba una mente masculina que empuja para salir.

La reacción paterna fue mucho peor de la esperada, los castigos y los insultos llegaron por doquier para intentar doblegar aquel deseo antinatural. Tuvo que ceder y la puerta se cerró de nuevo. Sin ayuda ni apoyo pensó que lo mejor sería desaparecer.

Fue entonces cuando la vida le puso de frente a gente desconocida que le hizo sacar de su interior la fuerza que desconocía tener.

Aunque las cosas no salieron como estaban previstas, todo había cambiado. Ahora sabía que tenía una ventana abierta, mucha gente que sí le apoyaba fuera de casa y que sabía que volverían a ayudarle cuando llegase la ocasión adecuada. Ahora, la fuerza se había instalado en su interior y eso nadie podría arrebatárselo. Quedaba esperar a que esa oportunidad llegara.

Pasó a de ser víctima a ser el maestro de sus propios maestros.

Y a su corta edad, dió a todos una importante lección de inteligencia, valentía y honestidad.

Moraleja: nunca dejes de ser tú ni renuncies a tus sueños, aunque algunos días parezcan inalcanzables.

Posdata: mi deseo de hoy es poder conocerlo y darle un abrazo infinito.


                                  Paula CRuZ Gutierrez. 

jueves, 18 de junio de 2020

eSCRiBiR.

El acto de escribir siempre conlleva otro acto: el de concentración y de introspección interior. No siempre uno escribe lo que tenía pensado, porque hay veces en las que la pluma y la mente se confabulan y las palabras toman su propio camino. 

Expresar y trasladar al papel lo que uno desea en ocasiones se torna complicado, mientras que en otras las palabras brotan por doquier.

Anoche escuché en una serie como un doctor le decía a su paciente, que tenía mucha suerte porque le habían detectado un cáncer de estómago en fase inicial. En ese momento pensé con ironía y tristeza, que sí que es una fortuna que te digan que tienes cáncer. ¿Qué pedazo de insensato ha escrito ese guión? ¡Qué se lo diagnostiquen a él y después veremos si escribe lo mismo y no cambia la historia!

Hoy estoy de nuevo en el hospital, a primera hora he tenido el TAC de control, antes he pasado por oncología para que me pincharon el viper (la aguja para el contraste es mucho más gruesa). Después he acudido a la consulta de Neurología. Los cuatro tratamiento que me han prescrito para el dolor de cabeza no han funcionado y los efectos secundarios han sido devastadores, incluyendo fatiga, amnesia y ciática.

La doctora ha decidido infiltrarme anestesia en el cráneo, me ha pinchado doce veces. ¿Cuantas burradas debemos aguantar?

Intento hacer un cálculo a groso modo, de cuantos pinchazos llevo desde que la diversión del cáncer empezó y no soy capaz de calcularlos. ¿Tal vez doscientos? Se me hacen pocos. Y no siento todo lo que llevo, sino lo que aún me queda.

En la cafetería he coincidido con la doctora que me diagnóstico el tumor y aunque estaba muerta de sueño porque salía de guardia, hemos tenido una conversación muy animada. Según ella mi historia es igual de bonita como de dura. El cariño siempre nos suma a todos.

Ahora tengo el ciclo de quimio y extasiada de tanta diversión volveré a casa.

Y vuelta a empezar. Los enfermos oncológicos somos como un hámster dando vueltas en la rueda. Seguimos vivos aunque estemos muy mareados y a pesar de todo sin perder el humor.



                                  Paula CRuZ Gutierrez. 






miércoles, 10 de junio de 2020

CuMPLeaÑoS.



El 8 del mes de Junio de hace cincuenta y dos años aterricé en este mundillo nuestro. Dicen que cuando tu fecha de nacimiento es capicúa la vida te sonríe, aún no sé si será cierto, 

continúo haciendo las averiguaciones pertinentes al respecto.

Hoy será un día diferente, al hilo de la situación en la vivimos los últimos meses.

Para mí es un día especial porque mis hijos están emocionados, intentando guardar el secreto del regalo que me han comprado junto a su padre. Llevan una semana de nervios, intentando evitar que la lengua les traicione. Hemos comprado una tarta y tomaremos sidra sin alcohol para celebrarlo.

Pienso en mi edad y en mi imagen, entonces, recuerdo las de mi madre y mi abuela a mi misma edad. Imágenes completamente distintas, en su época una mujer con cincuenta años era ya una persona mayor, por su ropa y por sus pensamientos. Hoy afortunadamente, podemos agradecer que esto haya cambiado y con esta edad, aún nos consideramos jóvenes y con muchas cosas inconclusas aún por hacer.

Desde muy temprano me están llegando felicitaciones, muchas gracias a todos por ellas y por recorrer conmigo este camino llamado vida.

Ya sabéis que los senderos a veces están llenos de piedras, unas grandes y otras más pequeñas. Que a veces las fuerzas nos fallan y cuando parece que ya no podremos continuar, vuelven a nosotros de nuevo. 

Muchas gracias de corazón por todas esas visitas que hacéis al blog, yo tan sólo pretendo distraeros un ratito de vuestras obligaciones. Y cada día me sorprendo más, ya son ciento cincuenta y dos mil visitas contabilizadas, algo impensable para mí. Aquí seguiré mientras las palabras me acompañen.

La obligación de tener que aprender de nuevo a leer y a escribir se ha convertido en una devoción. Espero seguir aprendiendo cada día más y poder llegar a escribir textos coherentes.

Muchas gracias de nuevo y un beso para todos.


                                                                       Paula CRuZ Gutiérrez.

martes, 2 de junio de 2020

Adolfo.

    Hoy os deseo que paséis un buen rato con una lectura diferente.

Faltaba poco para la llegada del alba cuando la alarma comenzó a emitir sonidos. Él estiró su brazo fuera del calor de las sabanas y detuvo aquella música pausada que usaba como despertador. 

Sobre la banqueta de su dormitorio, descansaban las prendas de ropa que pulcramente, había colocado allí la noche anterior. Ropa gastada, pero muy cómoda para ir al campo. 

Intentó no darle opción a la pereza, no fuera a ser que lo atrapara, por lo que saltó de la cama medio dormido. Aún en pijama, desayunó café solo acompañado de una tostada medio quemada y un tanto triste; asearse y vestirse lo dejaba siempre para el final. 

Salió de casa en el preciso instante en el que se avistaban en el horizonte los primeros rayos de sol, encaminándose en su coche hacia el monte. Exactamente en dirección opuesta a la luz, como queriendo huir del día que estaba por llegar. 

Cada domingo desde hacía diez años seguía el mismo ritual. A su espalda cargaba una mochila con algo de ropa, agua y un poco de comida. En su mano, el viejo bastón de madera de castaño que le acompañaba siempre.  Fiel compañero de paseos y caminatas, de pensamientos y pesadumbres. 

Aquella mañana decidió tomar un camino diferente, uno que tras el río giraba hacia el norte.

Según indicaban las agujas de su viejo reloj, llevaba algo más de una hora caminando, cuando decidió parar para beber y comerse uno de los dos bocadillos que tenía. Se sentó sobre una enorme piedra de granito porque comenzaba a hacer calor, y sobre ella, un viejo roble desplegaba su sombra. Comió despacio, en silencio, observando el paisaje. Fue entonces cuando la copa de un árbol más puntiaguda que las demás le llamó la atención. Terminó rápido su comida y se puso en marcha de nuevo, decidido a encontrar aquel ciprés que contrastaba con el resto de los árboles vecinos. ¿Habría llegado solo hasta allí, o lo habría llevado alguien? Sin saber porqué, le intrigaba aquella cuestión.

Varios días atrás, había caído una gran tormenta, por lo que aún se podían apreciar charcos pequeños que brillaban al reflejar la luz solar. Si te fijabas bien, podías observar a su alrededor huellas de corzos, lobos e incluso pájaros que sin duda alguna se habían acercado a beber el agua de lluvia.

Continuó caminando durante lo que le parecido una eternidad, pensando en aquel árbol escurridizo que a veces perdía de vista, para encontrarlo de nuevo poco después.

Cada vez ascendía más y el terreno se iba haciendo más abrupto. Sus piernas estaba ya cansadas y su respiración acelerada, cuando levantó la vista y lo vio, frente a él. Allí estaba el ciprés, luciendo todo su esplendor y junto a él, curiosamente, se encontraba un rosal repleto de rosas rojas. Aquello, no hizo otra cosa que aumentar su curiosidad. Se acercó despacio y pudo ver, que tras el rosal que trepaba por la roca, había un orificio a modo de hueco. Daba la impresión de ser la entrada a una cavidad natural.

Buscó a tientas la linterna dentro de su mochila y apartando un poco las ramas traspasó aquél pequeño hueco. El interior estaba oscuro y aparentemente era solo el comienzo de una galería muy larga. Continuó caminando hacia dentro, intrigado. En un pequeño descuido, tropezó con una piedra y la linterna salió disparada hacia delante, quedó sobre el suelo iluminando lo que parecía una gran bóveda. Adolfo se quedó tan impresionado que durante unos minutos fue incapaz de levantarse del suelo.

Abrumado por lo que veía recuperó su linterna y comenzó a observar las paredes. Sin lugar a dudas, él no era el primer visitantes de aquel lugar, ya le habían precedido muchos otros, que habían ido dejando su impronta en aquellas paredes rocosas. El tiempo se detuvo y cuando Adolfo decidió salir ya no pudo, afuera la noche lo cubría todo, y una fuerte tormenta azotaba el monte agitando los árboles como si fueran fantasmas endemoniados.

Decidió que lo mejor que podía hacer era volver al interior y quedarse allí para siempre.



                                                                     Paula CRuZ Gutiérrez.