miércoles, 7 de marzo de 2018

Llorar.



Lágrimas que brotan sin querer. 
Caen despacio, como reconociendo el camino que humectan a su paso.

No son lágrimas abundantes en cantidad, pero sí en dolor acumulado. Como la nieve cuando cubre al campo y lo humedece poco a poco.

Hay un dolor que muchas personas llevan dentro. Un dolor que un buen día atrapó nuestra alma y que nos recuerda su existencia humedeciéndonos el rostro de vez en cuando. Recordándonos así su existencia.

Llorar ayuda a apaciguar ese espíritu atormentado por vidas pasadas y presentes, nos libera de las piedras del camino. No es un acto de débiles ni cobardes porque a veces, es simplemente necesario. Las lágrimas nos alivian el espíritu y nos despejan la mente. Nos sirven de desahogo liberador, da igual que lloremos solos o acompañados, en silencio o a gritos. 

Otra ventaja del llanto es que nos sirve para eliminar toxinas que hemos ido acumulando con la ansiedad y el estrés. A veces vamos cargando nuestra mochila de sentimientos, como queriendo olvidarlos en un rincón, hasta que llega un día en que la mochila lleva demasiado peso y se nos rompe.

No hay un camino fácil ni predeterminado para llegar a la verdad de uno mismo. En el interior de cada uno de nosotros habita una historia, un recuerdo, una herida que nos acecha y nos molesta. Encontrar el camino y el momento más adecuado para liberarnos de él, es tarea individual.

No guardéis ese dolor para luego, pues el tiempo lo agranda y siempre vuelve reforzado. 


                                                                      Paula Cruz Gutiérrez.


 

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