martes, 30 de julio de 2019

EL MaR.




Podría pasarme media vida sentada frente al mar o incluso haciendo un pequeño esfuerzo, la vida entera.

Sentir cómo la brisa me acaricia el rostro y me trae su olor salado que tanto me gusta. Ese olor que caracteriza la vida marina y que nosotros, los humanos, ni siquiera alcanzamos a intuir cómo podría ser vivir bajo el agua.

Sentada en la orilla siento como la espuma nívea de las olas choca contra mi cuerpo. Un mar incansable e irreverente que muestra su bravura a todo aquel que desee contemplarla. 

Con los ojos cerrados me centro en aspirar su olor, a sal, a vida. Es entonces cuando el agua demuestra todo su ímpetu contra mí y una ola me lanza hacia atrás cual muñeca de trapo. Intento resistirme, pero me lanzan una ola tras otra. Opto por dejarme llevar, cual juego de niños.

El mar que estos días está picado sigue con sus embistes, lo comparo entonces con nuestra mente. Y a esas olas incesantes, con los pensamientos que a veces nos atormentan sin que seamos capaces de librarnos de ellos.

Esta tarde, los peces parecen estar juguetones saltando por encima del agua, lo hacen sin timidez saliendo y entrando a su antojo. Es como si tras la retirada de los humanos, hayan decidido reconquistar el líquido elemento. Un hogar invadido.

La tarde va cayendo y el sol está en retirada, escondiéndose tras las casas para irse a descansar, sabiendo que mañana volverá a brillar en todo su esplendor y con la misma intensidad.

Buenas noches a todos.


                                                                       Paula CRuZ Gutiérrez.

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