jueves, 24 de agosto de 2017

dOCE hORAS.



Tras una noche calurosa amanece fresquito en Madrid. Me despierto temprano y bajo las persianas. 

Hoy tengo otra prueba más de esas muchas que me están haciendo éste año. Pruebas y más pruebas que antes de tener  cáncer no sabía ni que existían. Imagino que me ocurre lo mismo que a otros muchos enfermos. Vamos conociendo nombres a cual más raros, que antes nunca habíamos oído nombrar. 

Con paciencia vamos pasando por los diferentes mostradores, enseñando un volante tras otro y esperando recibir instrucciones. Estas algunas veces tardías, como las de hoy. Nos hemos venido los cuatro al hospital para hacerme la prueba que me tocaba hoy, porque no teníamos con quién dejar a los niños. Mi marido se ha quedado jugando con ellos y yo, me he ido al mostrador correspondiente. 

Una vez dentro de la sala y tras inyectarme el contraste me dicen que debo permanecer doce horas alejada de mujeres embarazadas y de niños menores de siete años. Entonces pienso en voz alta: ¿Y qué hago con los míos, me los como con patatas?, a lo que el enfermero me responde que si me acerco puedo contagiarles la radiación. Y me dice que igual que si los llevo a la sierra de Madrid y los dejo atados toda la noche a una de las piedras radiactivas que hay.

Cómo? No puedo evitar mirarlo con cara de poker. Acaso tengo cara de tonta?. Madre mía!!!!

Menos mal que los niños aunque son pequeños son conscientes de la situación y se adaptan a lo que sea necesario. 

Va transcurriendo el día, van pasando las horas.

¡Son las once de la noche, ya podéis venir a darle un fuerte achuchón a mamá!. 

Por fin acabaron las doce horas!.


                                                                       Paula Cruz Gutiérrez.

No hay comentarios: