jueves, 11 de octubre de 2018

El Port Cath.

                       Resultado de imagen de fotos port cath

Y volví a encontrarme frente al reloj azul, aquél que contemplé durante el tiempo que duró la colocación del port cath en mi pecho. Mis venas se habían estropeado a causa de los ciclos de quimioterapia y era necesario implantarlo para seguir con el tratamiento. A pesar de que los médicos eran reacios a ponérmelo, porque podía producir coágulos pulmonares y con mis antecedentes había que tener mucho cuidado.


Tras la última revisión en la que todos los resultados eran satisfactorios y se apreciaba que el cáncer había desaparecido para nunca volver, el doctor me aconsejó que me quitara el reservorio. Primero porque ya no lo iba a necesitar y segundo porque psicológicamente me iba a ayudar a olvidarme de la enfermedad.

El lunes a media mañana volví a entrar al quirófano donde quince meses antes me habían implantado el dispositivo. Así pues, me encontré de vuelta en el mismo quirófano, con el mismo doctor, el mismo equipo y el mismo reloj. 

Cuando el doctor procedió a inyectarme la anestesia local me dolió tanto que me eché a reír. Sentía como si me cortase con el bisturí a sangre fría.

Si a priori, prometía ser una tarea fácil y mucho más rápida que la vez anterior, no fue así. El porta parece que había desarrollado algún tipo de fibrosis junto con mi organismo y no había manera de extraerlo. Por más que el doctor estiraba de él, mientras una enfermera me sujetaba la cabeza. Pero no había manera de sacarlo. El equipo me preguntó en varias ocasiones si necesitaba más anestesia, a lo que respondí que no. Aunque sí les comenté que la situación era muy desagradable. 

Tumbada con los ojos cerrados bajo aquel foco infernal, me imaginaba que el porta se había convertido en una especie de pulpo que se asía fuertemente a mí con cientos de ventosas.

Tanto me hurgaban, estiraban y apretaban que les pedí muy amablemente que si encontraban petróleo me lo comunicasen. Obviamente todos se echaron a reír y me dijeron que sí. Una lástima que al final no lo encontraran.

Como pasaba el tiempo, respiré profundamente y decidí despedirme de él dándole las gracias por su ayuda. Fue entonces cuando el doctor decidió agrandar el hueco que había hecho anteriormente con el bisturí y así de ésta manera poder sacarlo al fin. 

Conclusión: tengo el doble de puntos que la vez anterior. Costura que le costó más trabajo hacer porque aún tengo la musculatura y la piel más laxa de lo habitual, ya que aún no he recuperado toda la masa muscular que perdí en la uci. Ahora a esperar a ver qué tal me queda el "bordado". Tengo puntos de hilo, pegamento para unir y puntos de papel, todo ello tapadito con una gasa, por la que sobresale un amplio hematoma de mil colores.

He de confesaros que cuando pase el dolor y me retiren los puntos lo único que me quedará será DESCANSO. Durante éstos meses ha sido un auténtico incordio. Durante la intervención el doctor me comentó que lo ponen en el mismo sitio por estética, ahí no se ve, pero yo hubiera preferido que se viera (de todas formas lo hacía) y que me molestara menos.

Ahora podré volver a dormir boca abajo, ponerme un sujetador o un vestido con tirantes sin que me roce o llevaré el cinturón de seguridad o el bolso cruzado sin que me moleste. Cuando mis hijos vengan a abrazarme ya no me clavarán la barbilla en el dispositivo, ni me picará ni me dolerá como lo hacía. 

Por otro lado, su retirada significa que mi enfermedad ha pasado. A partir de ahora tendré que llevar a cabo las revisiones oportunas, pero nada más.

Podré seguir contando mil batallas más!.



                                                                         Paula Cruz Gutiérrez.






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